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Devaluadas

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Las 45 mujeres de ese departamento iniciaban la jornada con un recuento de las anécdotas de cama, nunca faltaba la que tenía el marido más cachimbón ni la exagerada que contaba que el marido era un superhéroe capaz de tirársela hasta diez veces por noche, pero el asunto no pasaba a mayores, porque la voz de la bondadosa del grupo las calmaba con su frase ‘déjenlas que sueñen, que soñar no cuesta nada y hace feliz al que sueña'.

Ese martes de tantos, la paz no duró mucho, porque como el gerente no se había dado a respetar con el cumplimiento de las normas laborales, algunas empleadas continuaban vendiendo cositas. La ilusión se pintó en la mirada de muchas cuando Brenda anunció que había traído mercancía nueva: pantalones para levantar las pompis. Las mujeres se abalanzaron sobre la cajeta en busca de la pieza milagrosa. Por pura inquina, Gabriela les gritó: Compren ustedes, que gracias a mi abuela Tomasa yo no necesito ningún camuflaje, lo mío es mío y estas nalgas son paradas desde antes de que yo naciera, allá las infelices no tienen ni donde sentarse. Dania, que sabía que la indirecta era para ella, soltó el pantalón que tenía en el regazo y se lo devolvió a la vendedora, quien soltó hiel apenas vio su negocio en peligro, y le ripostó a la culona: ‘La vaina no es tener una cola grande, la vaina es darle valor a esa cola, lo que no hiciste tú cuando recibiste de nuevo a tu marido, el muy cabrón se enculó con otra y te dejó sola, cuando se cansó de aquella volvió contigo, y tú lo aceptaste sumisa, dizque mucha papaya, pendeja es lo que eres, mira que el diablo malgastó su arte dándote ese trasero a ti'.

Gabriela oyó toda la descarga con los ojos y la boca abiertos, y pasado un minuto se le fue encima a Brenda y quiso arañarla, pero aquella no era mujer de pelear con las uñas, ella era de tirar la mano y la tiraba con ganas y la ponía en el blanco, de manera que con dos golpes puso a la nalgona a comer piso, y allí la encontró el gerente, quien se armó de valor y les ordenó a las dos que fueran a su oficina, donde se formó un plequepleque descomunal. Gabriela decía que Brenda la había atacado sin motivo, y la última no se atrevía a contar la versión real porque el mandamás estaba tan furioso que metía culillo. Así estuvieron media hora hasta que Gabriela se animó a contar la verdad, porque recordó que el gerente siempre se le quedaba mirando el trasero, y pensó que al saber la historia completa no la despediría y hasta terminaría negociando con ella una intromisión por el par de pulpas. Y segura de que gracias a su trasero solo despedirían a Brenda, echó el cuento completito, pero el gerente se puso iracundo cuando supo que se habían burlado de Dania, la más culiseca de la empresa. En un abrir y cerrar de ojos, al gerente le cambió el carácter y las despidió sin contemplaciones. Les tocó luego sentarse en la misma sala a esperar la liquidación. ‘Afuera te agarro, infeliz', le dijo bajito Brenda a Gabriela, quien llamó al marido para que viniera a buscarla. Al hombre no le permitieron entrar al edificio ni pasar más allá de la garita, de manera que Brenda pescó a Gabriela apenas salió de la empresa y la atacó con violencia, lo que no soportó el marido quemón, al que no le valió la orden del seguridad y se metió vuelto el diablo a las instalaciones. No pudo liberar a Gabriela, porque el seguridad lo alcanzó antes, y se agarraron a mongo limpio mientras otros separaban a las mujeres. Fue acusado de intento de robo y de otros delitos, por lo que la liquidación de Gabriela se usó todita en sacarlo del lío. ‘Las pompis ya no valen ni sebo', pensaba Gabriela cada vez que recordaba el hecho.

Cachimbón: Mi hombre tira diez por noche.
 
Cogía: Dale valor a esas pompis y no perdones al que te quemó.
 

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