Desde siempre, la vulva tiene un poder avasallador. Es larga la lista de los que han caído o quedado al borde del precipicio por culpa de una cuca que, sabrá Dios, si era grande o chiquita, lo que nada tiene que ver con su dominio claro y patente entre la población masculina. Arnoldo llamaba a este tesoro femenino ‘la todopoderosa', porque, según él, conocía a muchos que se habían vuelto locos con una cuca que luego les ponía el mundo al revés. Por eso él prefería entenderse con las manuelas, que no piden plata ni celan. ‘Esas bichitas te van exprimiendo ahí calladitas hasta volverte un cero a la izquierda, yo mejor me mantengo lejos de esos problemas', comentaba cuando algún compañero que andaba en trampa le pedía dinero prestado. Entonces, echaba mano a su cartera y con una calma que no resiste el que anda desplatado sacaba el billetito, pero aprovechaba la oportunidad para sermonear al pedigüeño: ‘No le dé gusto a esa cosa, por eso es que anda limpio siempre, use las manos, sea inteligente; yo les tengo pavor, yo no me dejo tentar del diablo que es padrino de esa sinvergüenza. Yo prefiero que digan que soy marica a andar sometido a una ‘cosa' de esas, antes miedoso que limpio y contando hasta los centavos'.
Pero el miedo se escondió y se quedó calladito cuando vio a Raysa, la nueva compañera de trabajo. La mujer se mandaba un trasero que a él lo dejó sin aliento. Como era la costumbre, pasearon a la empleada nueva por todos los departamentos para que el personal la conociera. Cuando le dijeron a Raysa: ‘Este es Arnoldo Cabezas, el empleado con más años de servicio, muy colaborador y buenagente', ella pensó en que el susodicho debía ganar un buen billete, por lo que le sonrió exageradamente y a la hora del almuerzo se le pegó, dando origen a la costumbre de que él siempre le costeara la comida. Ni cuenta se dio Arnoldo cuando se le quitó el miedo, tampoco se percató de que ya no le quedaba para ahorrar porque ella le pedía plata diariamente, más el almuerzo y el desayuno. Cuando por fin sacó cuentas, se alteró, pero la paz volvió al recordar que esa cuca sí estaba buena, y que él la estaba gozando dos veces por semana. Cada ida a tirar traía grandes gastos: Raysa exigía ir a comer antes, y no a cualquier lado, luego pedía otra cantidad de plata para esas urgencias que nunca le faltaban. Y Arnoldo soltaba porque estaba bajo el dominio del panty. La situación hizo crisis cuando Raysa le pidió plata para sacar unas prendas que había empeñado. ‘No tengo', dijo Arnoldo, pero ella, melosamente, le sugirió que le pidiera a un prestamista, que negó el préstamo con el argumento de que estas transacciones estaban canceladas hasta el 2017. A diferencia de otras, Raysa no se disgustaba, al contrario, sacaba su voz más cariñosa y lo animaba a buscar otra solución, esta vez ideó que Arnoldo le pidiera el dinero al gerente. ‘Todo por la cuca', pensaba Arnoldo mientras se animaba a tocar la puerta del mandamás. En ese pensar estaba cuando llegó ‘Memín', un compañero, quien sugirió que recurrieran a la solidaridad de los compañeros. ‘Yo mismo organizó la campaña de apoyo a tu duelo y nos vamos mitad y mitad', decía el bellaco, y puso manos a la obra. Armó el teatro e iba de puesto en puesto, mínimo 600 panchos pensaba recoger. ‘Murió el papá del compañero Arnoldo, tantos años trabajando aquí y merece nuestra solidaridad', decía, y los compañeros se metían la mano al bolsillo y echaban ante la sonrisa satisfecha de ‘Memín' y de Arnoldo. Toda la dicha se trastocó cuando llegó el abuelo del gerente, un viejo añoso, pero lúcido, quien era el jefazo cuando Arnoldo empezó a trabajar allí. Asombrado, el don gritó: ‘Otra vez murió el padre de Arnoldo, si hace más de veinte años yo fui al sepelio de ese señor, yo mismo pagué todos los gastos fúnebres…'.